¿De VUCA a BANI?
Una nueva forma de definir la realidad actual…
Una de las grandes necesidades del ser humano es poseer modelos o referentes con los que poder entender el mundo en el que vive. Necesitamos mapas para poder saber por dónde nos movemos, al menos, desde hace unas cuantas generaciones hasta hoy. Por eso, nuestro empeño en definir el mundo que nos rodea. Porque lo desconocido nos da miedo, nos aterra y nos crea ansiedad. Sólo cuando damos nombre a las cosas podemos observarlas y comprenderlas. Por eso, hizo fortuna el famoso término VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) como una forma de describir el entorno en el que nos hemos movido en los últimos 20 años.
Pero cualquier intento por describir la realidad se queda corto, ante la aceleración de cambios e imprevistos que vivimos en los últimos años. Y cuyo máximo exponente ha sido la pandemia COVID-19, que cuan “cisne negro” ha irrumpido en nuestras vidas y las ha puesto patas arriba. De ahí, la necesidad de redefinir el termino VUCA con otro, que se ajuste mejor a la nueva realidad que hoy vivimos. De la mano del pensador Jamais Cascio surge un nuevo término: BANI. Acuñado en 2016, fijado como nuevo referente para describir la realidad en un reciente artículo (“Facing the Age of Chaos”).
¿Qué es VUCA?
El concepto de “VUCA” apareció en el ámbito de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos a fines de la década de 1980. Se extendió rápidamente a través del liderazgo militar en la década de 1990. Y, a principios de la década de 2000, había comenzado a aparecer en libros sobre estrategia empresarial. Desde entonces, es un término que aparece recurrentemente en presentaciones, artículos y conferencias para explicar la dificultad de tomar buenas decisiones en un paradigma de cambios frecuentes. VUCA es un acrónimo que significa volátil, incierto, complejo y ambiguo. Cuatro características utilizadas para describir cómo ha sido la realidad en los últimos 20 años.
Sin embargo, VUCA se ha quedado obsoleto. Los conceptos que dan vida a este acrónimo se han quedado pequeños para describir la realidad actual a la que nos enfrentamos. Y surge un nuevo acrónimo que intenta dar respuesta a una realidad que no ha dejado de ser volátil, incierta, compleja o ambigua. Pero que ha elevado el nivel de esas características, para convertirse en frágil, que provoca ansiedad, que no es lineal y que en muchos sentidos se ha vuelto incomprensible.
¿Qué es BANI?
BANI sirve para representar un cambio de paradigma o de fase. Y cualquier cambio de paradigma requiere un cambio de lenguaje. BANI recoge la inestabilidad, el caos, la incertidumbre al máximo nivel que genera altísimos niveles de ansiedad, la incapacidad para encontrar la interrelación entre causas y efectos y la incomprensión de una realidad que se escapa a nuestro entendimiento y control. Cada letra de BANI representa un nuevo concepto con el que describir la nueva realidad:
- B: Britle, se podría traducir como “quebradizo”, frágil. Una fragilidad ejemplificada en determinados sistemas aparentemente sólidos pero que se pueden desmoronar con facilidad.
- A: Anxious, la ansiedad que provocan los cambios continuos. Es la emoción que aparece cuando perdemos el control de lo que nos rodea. Consecuencia directa de un entorno de máxima incertidumbre.
- N: Non linear, sirve para explicar la desconexión y la desproporción entre la causa y el efecto. Por ejemplo, ¿qué relación hay entre el acto menor de cazar o comer un animal, y el desencadenante de una pandemia que está cambiando el mundo?
- I: Incomprehensible, consecuencia del exceso de información y de la naturaleza muchas veces contra intuitiva de ésta.
VUCA, BANI o ambos
En mi opinión, ni el mundo ha dejado de ser VUCA, ni podemos negar la existencia de nuevos hechos que han elevado nuestro nivel de incertidumbre, ansiedad e incomprensión ante lo que sucede. En el fondo, más allá de buscar términos que sirvan para explicar la realidad que vivimos y sentirnos más “cool” cuando hagamos una presentación o una charla, convendría identificar qué es lo que realmente diferencia a los tiempos actuales. Y buscar una solución atemporal que no esté sometida al son de la rabiosa actualidad (pandemia, cambio climático, apagón energético, crisis de suministros…).
El ser humano suele caer en el error de pensar que vive una realidad que ninguna otra generación ha vivido previamente. Nos creemos el ombligo de las diferentes generaciones que han transitado por estos lares. Y nuestro egocentrismo nos lleva a olvidarnos que siempre ha habido incertidumbre. Incomprensión y miedo ante los cambios y su escala. Desconocimiento y ansiedad ante las consecuencias de los cambios. Podría ser útil releer la Historia e intentar ponernos en la piel de un ciudadano romano que vivía con desasosiego la caída del Imperio y la llegada de los pueblos barbaros. O en un habitante de Toledo, Jaén o Écija ante la llegada del nuevo orden islámico en el 714. O las adversidades que tuvieron que hacer frente los pueblos franceses o británicos durante más de un siglo en la llamada “Guerra de los 100 años” (1337-1453).
Homogeneización y aceleración
Pero ¿qué es lo realmente diferencial de esta época que nos ha tocado vivir? Probablemente, el primer componente diferencial con respecto a otras épocas sea la homogeneización ejemplificada en diferentes ámbitos de nuestra vida: cultura, deporte, música, sociedad, economía… Por ejemplo, hoy en día sí estás en un centro comercial de alguna de las grandes ciudades del mundo, es imposible distinguir en cuál de ellas estás. Mismas ropas, mismos restaurantes, mismas marcas…No existe nada diferencial. Cuesta encontrar algo auténtico, diferencial y radicalmente distinto. Y es en la diferenciación dónde cada pueblo, cada país, o en el ámbito micro, cada persona ha encontrado la respuesta a sus inquietudes, conflictos, retos o problemas.
Y el segundo componente, que diferencia nuestra época no es que sea una época cambiante, sino la velocidad de los cambios. La aceleración. Cada vez vamos más deprisa en todo: “corriendo cada vez más rápido para permanecer en el mismo sitio”, como sí fuéramos un hámster en su rueda. Un tiempo caracterizado por la velocidad vertiginosa y la innovación permanente, que ha provocado nuestra incapacidad para controlar lo que sucede. Lo que deviene inevitablemente en ansiedad y miedo. Por eso, quizá, buscamos “hacer” cosas constantemente (agendas repletas de reuniones, pero sin tiempo para lo importante), convirtiéndonos en “pollos sin cabeza”, para evitar sentir ese desasosiego que provoca no tener el control de las cosas. Y, eso si es una novedad problemática para el hombre que ha vivido en aparente seguridad y control durante los últimos 75 años.
¿Cómo lidiar con la homogeneización y la aceleración?
Frente a la homogeneización, la autenticidad. Buscar respuestas en lugares muy alejados de lo que proponen opiniones externas, generalmente buscando el beneficio propio. Evitar caer en las modas, las tendencias de mercado o la tontería rampante que intenta vendernos la moto del último concepto “cool”. La autenticidad es el lugar dónde aparecen las respuestas de cada persona, equipo, empresa, pueblo o país para resolver sus conflictos. La autenticidad pasa por encontrar soluciones propias, basadas en el conocimiento de uno mismo, de su entorno, de su circunstancia como diría Ortega. Y para ello, como para casi todo, conviene acudir a nuestra historia. En nuestros orígenes y raíces se encuentra aquello que nos diferencia del resto y nos permite aportar nuestro valor principal.
Decía Heráclito que “el cambio es lo único constante” y desde la aceptación de ese postulado, podemos utilizar la filosofía para abordar la aceleración de los tiempos. Conviene, en primer lugar, aceptar que “la vida es”, y aunque queramos controlarla a nuestro gusto y ritmo, ya nos enseñaron los filósofos estoicos que sólo tenemos control sobre unas pocas cosas (actitud, pensamientos, reacciones, creencias…). Y es en esa filosofía en la que podemos encontrar la segunda clave: la serenidad. Encontrar la pausa y el tiempo para parar. Para parar a pensar. Y, desde ahí, darnos cuenta, que a veces una parada, un tiempo de “no hacer” (o wu-wei, como dicen los orientales), es mucho más necesario que el “hacer” de forma constante e incontrolada. Sólo desde la aceptación y la serenidad se puede hacer frente a un mundo enloquecido que corre sin darse cuenta de dónde está, hacia dónde va, qué quiere o quién es realmente.
“El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos.”
(Francisco Quevedo)
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