¿SIRVEN DE ALGO LOS OBJETIVOS?

Crees lo que creas

En la última semana, vi una publicación en un Instagam que me llamó la atención. El título del post comenzaba con esta frase: “Sí quieres que Dios se ría…explícale tus planes”. Y en él cuestionaba la validez de ponernos objetivos, justo en el inicio de curso escolar. Lo cierto, es que con esto de los “objetivos” sucede lo mismo que con otros tantos aspectos sujetos a debate y controversia. Cada persona creerá o no en ellos según su creencia o su experiencia, porque, al fin y al cabo, lo que realmente importa es lo que crees, ya que desde esa creencia acabas viviendo tu propia experiencia particular.

 

En mi caso, basándome en mi experiencia, mi opinión no difiere mucho de esta historia de IG, y más adelante contaré una historia que sirve para ilustrar este tema. Sin embargo, cuando un coach se posiciona con reparos ante la importancia de tener objetivos, probablemente se le mire con extrañeza. Hay que tener en cuenta, que un coach habla continuamente de objetivos y planes de acción, como parte imprescindible del trabajo que realiza con los equipos o las personas a las que acompaña. Pero ¿realmente los objetivos son tan importantes como parecen?, ¿sirve para algo tener objetivos? 

 

No mires el marcador

Hace unos días leía en la biografía de John Wooden, un capítulo que hablaba justamente de esto. Una de las máximas de este entrenador de baloncesto universitario era: NO MIRES EL MARCADOR. Y explicaba el ritual que seguía justo cuando iba a comenzar la temporada. Estudiaba el calendario, los rivales, los jugadores, los entrenadores, los resultados de la anterior temporada, dónde iban a jugar y las fechas. Tomaba un papel y un lápiz y hacía una predicción de cuántos partidos iba a ganar/perder. A continuación, metía el papel en un sobre, lo sellaba, y lo archivaba hasta que terminara la temporada.

 

En resumen, se olvidaba de los objetivos, y se centraba en el trabajo diario.

 

De hecho, Wooden reconocía que las predicciones que realizaba al inicio de cada temporada, las hacía a modo de juego, por diversión, como quien hace un puzle. Y, cuando terminaba, se olvidaba por completo de ellas. ¿Por qué? Porque centrarte en el marcador, en si vas a lograr cerrar un proyecto, o en alcanzar una cuota de ventas, lo único que consigue es robarte la atención de lo que es realmente importante: el esfuerzo en el presente.

 

Céntrate en aquello que está bajo tu control

Los filósofos estoicos nos enseñaron lo que denominaban la dicotomía del control. Y apelaban a que centráramos nuestra atención en aquello que estaba bajo nuestro control al ciento por ciento: actitudes, pensamientos y, sobre todo, nuestras acciones. Es decir, nuestro trabajo. El objetivo no es centrarnos en aquello que está fuera de nuestro control (objetivos, resultados, metas, etc), sino estar preparados, mejorar nuestro rendimiento, nuestras capacidades. Y para esto es necesario estar centrados en el trabajo diario, esforzándonos en dar la mejor versión de nosotros cada día.

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Los objetivos, las metas, la orientación a resultados son importantes, pero sólo como guías. Es necesario saber hacia dónde nos dirigimos, cual es nuestra visión, materializada en un conjunto de objetivos intermedios y metas. Pero una vez establecidos, debemos olvidarnos de ellos. Es como cuando un equipo juega un partido o cuando nos presentamos a un examen, el objetivo es ganar o aprobar respectivamente. Pero una vez comienza el partido o el examen, nos olvidamos del resultado, nos centramos en lo que sabemos o podemos hacer. El resultado y, por tanto, la consecución del objetivo es una consecuencia de lo que hacemos, de nuestra preparación, de nuestro trabajo.

 

Cuando los objetivos disparan tus expectativas

Uno de los problemas de los objetivos es la generación de expectativas. Éstas aparecen cuando fijamos nuestros objetivos del nuevo curso, queramos o no. Tener expectativas es algo inherente a la naturaleza de las personas y los equipos. Siempre deseamos o esperamos algo, forma parte de nuestra motivación. El deseo es el motor que nos mueve, que nos dirige hacia un objetivo concreto.

 

Sin embargo, si no se gestionan adecuadamente, cuando no se alcanzan, aparece el sufrimiento, revestido de las siguientes emociones: tristeza, frustración, impotencia, rabia, enfado, impaciencia, resentimiento, miedo, ansiedad, preocupación, ansiedad…. Cuando hemos generado unas elevadas expectativas, aparece la exigencia, el perfeccionismo y dejamos de disfrutar de lo que hacemos. Nos centramos en la meta y el resultado, y nos olvidamos del camino, del recorrido, de cómo estamos mejorando, de qué hacemos para superar los obstáculos que aparecen. Es ahí, donde se encuentra el crecimiento, no en la meta o en los objetivos.

 

Por eso, quizá, lo más adecuado y conveniente sea tomarnos esto de los objetivos como un juego y olvidarnos de ellos, sin perder demasiado tiempo, para no caer en el “cuento de la lechera” que estrelló su cántaro de leche por ir pensando en el futuro sin poner atención a lo que tenía delante, el presente.

 

 

 “El mejor modo de alcanzar tus sueños es ignorarlos.”

(John Wooden)

 

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