Vamos a vernos más

Felices Fiestas

Es difícil encontrar palabras para felicitar esta Navidad. A mí, me surge una frase que encontré en el video de una popular bebida de licores: Tenemos que vernos más. Aunque lo he cambiado por el “Vamos a vernos más”, para evitar el “tenemos” que indica obligación. Y he querido rescatar una historia de hace 106 años para ilustrar como dos bandos confraternizaron y se juntaron durante algunas horas en el peor escenario posible.

 

Se que mi deseo va en contra de lo políticamente correcto, o de lo que las autoridades competentes recomiendan para estos días. En cualquier caso, esta es mi opinión, y estéis o no de acuerdo, os deseo que paséis unas Felices Fiestas, y que podáis reencontraros estos días con vuestras familias, amigos o seres queridos. Ahí va la historia.

 

Una guerra que nadie quería

En 1914, Europa vivía en llamas a causa de la Gran Guerra. En los años previos a aquella conflagración, nadie pensaba que se podía llegar a aquello. La ciencia, la tecnología, el progreso lo inundaba todo. El hombre pensaba que podía superar todos los problemas a los que se enfrentaba. En su arrogancia pensó que podía ser el dueño de todo lo que ocurriera sobre la faz de la tierra. Existía una fe ciega en la ciencia y la tecnología. Se habían alcanzado hitos que nadie podía imaginar cien años antes, de la mano de la Revolución Industrial.

 

Sin embargo, la guerra llegó para terminar con la Era del Progreso” instaurando la locura, el salvajismo y la barbarie. Todos pensaron que la guerra acabaría pronto. Con la ayuda de la tecnología moderna, la guerra sería corta y con un coste mínimo en vidas y recursos económicos. Sin embargo, la Gran Guerra continuaría masacrando a la población europea durante 4 largos años y con un coste de vidas nunca visto hasta ese momento: alrededor de 20 millones de muertes (la mitad civiles).

 

La tregua de Navidad

En aquellas Navidades, en el corazón de Europa, las trincheras separaban a los soldados del Imperio Alemán y Austrohúngaro, de aquellos que formaban parte de la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia). En el frente de Ypres, localidad belga, luchaban franceses, británicos y belgas contra alemanes.

 

Aquel 24 de diciembre de 1914, cuando el intenso frío y la densa niebla aguardaban el silbido de las balas, se vieron sorprendidos por otro sonido muy diferente, el de los villancicos del bando alemán, Stille Nacht (Noche de Paz). Al poco tiempo se unió el de los soldados franceses, británicos y belgas. Creándose una atmósfera que hizo posible un verdadero cuento navideño. Dos enemigos que dejan de serlo para celebrar la Navidad. Durante unas horas, incluso días, dejaron a un lado el odio para enterrar dignamente a sus muertos, compartir comida, entonar canciones navideñas, intercambiar regalos… y jugar al fútbol.

 

Una Navidad diferente…

Afortunadamente, nuestra situación actual dista mucho de la que vivió aquella Europa de principios del siglo XX, aunque los paralelismos son inquietantes. Hoy vivimos bajo el predominio de la tecnología y la ciencia, al igual que sucedía en los años previos a la guerra. Y en el terreno político e ideológico, las posturas se han radicalizado, generando un extremismo que recuerda a los movimientos fascistas y el comunismo totalitario que sacudió al mundo a partir de 1920. Incluso, tenemos una pandemia como la que vivieron nuestros abuelos y bisabuelos, aunque mucho menos virulenta y agresiva que aquella. Y ante esta situación nueva para nosotros, ¿qué podemos hacer?

 

Respecto a la pandemia, es cierto, que el virus no descansa, no da tregua y continuará contagiando. Incluso en estas fechas, provocará la muerte de personas y seres queridos. Sin embargo, necesitamos vernos, tocarnos, abrazarnos y volver a compartir unas cañas, una comida o una cena con los amigos, la familia o los compañeros de trabajo. También, nosotros necesitamos una tregua, como la que vivieron aquellos soldados en el frente de Ypres por unas horas. Porque hoy, es evidente, que estamos mucho más alejados los unos de los otros, encerrados en nuestras casas por miedo o en nosotros mismos dejando de relacionarnos con otros. Y esto perjudica a nuestro bienestar y felicidad.

 

La vida es un riesgo

Como han mostrado diversas investigaciones, los confinamientos que hemos vivido han provocado estrés psicológico. También se ha demostrado que la soledad y la reducción de interacciones sociales pueden ser factores de riesgo de trastornos como la esquizofrenia y la depresión. Y la incertidumbre por la pandemia se ha traducido en cuadros de ansiedad: sensación de inseguridad, miedo a perder el control, preocuparse en exceso por cosas que probablemente no ocurran… Como decía C.S. Lewis, quizá “importe más cómo vive la humanidad que por cuánto tiempo lo hace”.

 

No estoy hablando de cometer locuras ni poner en riesgo nuestra vida o la de nuestros seres queridos o la de personas a las que ni siquiera conocemos. Simplemente, escribo desde la necesidad que hoy tenemos de juntarnos de nuevo, de volver a reír y disfrutar un poco de las pequeñas cosas de la vida. Es cierto, que corremos un riesgo. Pero la vida es un riesgo en sí misma. Como dijo Anne Dufourmantelle, “vivir sin riesgos es realmente no estar viviendo.” Sí tenemos que esperar a que una vacuna nos permita abrazarnos y vivir sin miedo, hay algo que no estamos comprendiendo con lo que sucede ni aceptando la Vida tal y como es.

«Todos nos encerramos en cárceles que nos impiden ver más a la gente que queremos.»