Las virtudes de un líder

El Rey Lear

En tiempos de una pandemia, a principios del siglo XVII, Shakespeare se confinó en su casa y comenzó a escribir esta obra. Cuenta la historia del rey de Bretaña quien decide dividir su reino entre sus tres hijas. Y su criterio de decisión se fundamenta en el cariño que recibe de cada hija. Las mayores le adulan fervientemente, mientras que la menor decide mostrar un amor contenido y otras virtudes diferentes a las de sus hermanas. El Rey Lear, embriagado de poder, seducido por las falsas adulaciones de sus hijas mayores y enfurecido por la honestidad de la menor, la deshereda. El poder recae entonces en sus hijas mayores, quienes comienzan a comportarse de forma ingrata con su progenitor, conduciéndole al abandono y la locura.

La obra describe las consecuencias de la irresponsabilidad y los errores de juicio del rey Lear. Y lanza una advertencia, válida para cualquier gobernante: cuidado con los falsos halagadores. Porque cuando un jefe está saboreando las mieles del éxito, ¿cuántos trepas, abrazafarolas o lametraserillos no se acercan buscando las migajas del poder? Pero, también otra dirigida a sus súbditos: alerta con el orgullo destructivo de los gobernantes que acumulan mucho poder. Porque ante un mánager arrogante y henchido de poder, ¿cuántos son los que osan alzar la voz con una opinión crítica? Desafortunadamente, esta es una realidad frecuente en nuestras organizaciones y el management que las gobiernan.

 

El síndrome de hybris

En la mitología clásica, los dioses inyectaban hybris, la enfermedad de la desmesura, a aquellos que acumulaban mucho poder. Éstos se volvían locos y transgredían todos los límites, exhibiendo comportamientos megalómanos, sin respetar las normas morales ni las convecciones sociales. Basta con echar un vistazo al reguero de corruptelas para darnos cuenta que en nuestra política, empresas y organizaciones, hay mucha hybris. ¿Cómo evitar este endiosamiento de tanto mánager que camina levitando cada vez que entra en la oficina? Poniendo límites. En la tradición judía, un rabino narra a sus discípulos la historia de un ser mitológico que era omnipotente, omnisciente y omnipresente. Y les pregunta qué le falta a ese ente. Ningún estudiante sabe contestar, y el rabino lo aclara: a esa criatura tan poderosa le faltan límites. Y, sin límites, nadie está completo.

 

Un mánager o un jefe todo poderoso corre el riesgo de convertirse en un “Ser Superior”. Y cuando eso ocurre, ¡¡¡Houston, tenemos un problema!!! Por eso, el jefe o mánager que es consciente de sus limitaciones es capaz de tener una mirada crítica consigo mismo. O permite dejarse acompañar por personas que le recuerden que es humano y mortal. Como los esclavos susurraban al oído a los emperadores y generales romanos cuando éstos aparecían ante su pueblo enfebrecido y eran aclamados triunfalmente, sosteniendo sobre sus cabezas una corona de laurel: “recuerda que eres mortal” («memento mori»). Esta costumbre debería ser un recordatorio para que los líderes caigan en el endiosamiento.

 

El líder “Superman” y el empleado “emocionalmente inteligente”

Sin embargo, nos cuesta hacer autocrítica o tener un “Pepito Grillo” interior que nos recuerde cómo nos estamos comportando. Por ejemplo, sí hiciéramos una encuesta entre todos aquellos que ostentan el cargo de jefe o mánager, la inmensa mayoría se consideraría un buen jefe. Incluso sin haber leído ningún manual de liderazgo o asistido a una escuela de negocio donde se pone especial énfasis en este concepto. Y, esto es comprensible, porque el enfoque que se da a este tema queda demasiado alejado del común de los mortales. ¿Por qué ocurre esto? Cuando hablamos de liderazgo caemos en el error de verlo como un repertorio interminable de virtudes. De hecho, podríamos hacer un perfil de líder ejemplar basado en las siguientes virtudes: persona atractiva de gran fuerza, con habilidad y sabiduría, carismática, diplomática, serena, comunicador elocuente, firme y duro pero magnánimo, respetuoso con la autoridad, orientado a objetivos y que se rige bajo unos principios o valores.

 

Al leer esto, uno tiene la sensación de encontrarse ante una especie de Superman cuando piensa en un líder. Sí ponemos el listón de atributos tan increíblemente alto corremos el riesgo de idealizar el concepto. Y claro, cuando miramos a nuestro alrededor encontramos pocas personas que encarnen todas esas virtudes. Lo cual nos genera frustración y pensamos que el liderazgo es una utopía o algo muy alejado de nuestra realidad cotidiana. Este enfoque es igualmente válido cuando nos referimos a la inteligencia emocional como factor de éxito en la vida de un profesional. Son tantas las competencias o habilidades a desarrollar que nos sentimos abrumados ante tan ingente tarea. En resumen, nos olvidamos desarrollar nuestra capacidad de liderazgo y nuestra inteligencia emocional, porque sí todo es virtud, entonces nada es virtud.

 

¿Qué virtudes debemos cultivar?

Es posible que se pueda liderar un país, una organización o una empresa sin tener en cuenta a las personas. La Historia está repleta de experiencias de este tipo. Pero, probablemente, tarde o temprano, este tipo de liderazgo acabará mal. Porque para liderar hay que centrarse en lo importante y transcendente: las personas. ¿Cómo me relaciono con otras personas? ¿Qué tipo de virtudes debo tener en cuenta? ¿Qué necesito aprender para no caer en el error del Rey Lear?

 

Cabría recordar cuatro virtudes que nos legaron los filósofos estoicos:

  • La sabiduría. Saber navegar por situaciones complejas de la mejor manera posible.
  • El valor. Hacer lo correcto, tanto física como moralmente, en cualquier circunstancia.
  • La justicia.  Tratar a todos los seres humanos (sin importar su situación en la vida) con justicia y amabilidad.
  • La templanza. Ejercer la moderación y el autocontrol en todas las esferas de la vida.

 

 

Sin embargo, como decía Vince Lombardi, “no es necesario que me gusten los chicos del equipo, pero como su entrenador debo amarlos”. Sin amor, es imposible liderar. Es el trato humano, el cómo ha conectado una persona con nosotros lo que nos queda grabado en nuestra mente. Esa conexión amorosa, sin caer en el halago, la adulación o el peloteo, es lo que nos permite liderar y ser liderados sin caer en los errores del Rey Lear.

 

 

“Ningún legado es tan rico como la honestidad.”

 (William Shakespeare)

* Fuente: Decálogo del buen ciudadano (Victor Lapuente)

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