Aceptación frente a juicio

En coaching nos enseñan a intentar no juzgar y tratar de describir los hechos objetivamente. Esto implica aceptar las cosas tal y como son:

  • Describir los datos que disponemos, con el objetivo de no dar opiniones gratuitas ni hacer juicios precipitados.
  • Entender que cada persona toma sus decisiones en función de sus ideas, creencias o experiencias.
  • Y sí muestra un determinado comportamiento será porque es lo más adecuado para sus intereses. Es decir, está obteniendo un beneficio, o porque no tiene la claridad para poder tomar otro tipo de acciones.

Sin embargo, el juicio es algo inherente al ser humano.  Desde que nos levantamos estamos realizando juicios y valoraciones, que nos permiten tomar decisiones y pasar a la acción. El juicio es lo que nos permite salir corriendo cuando vemos una situación de peligro. Y el juicio también aparece, con toda su fuerza, cuando observas comportamientos poco éticos de una persona. Solemos lanzar sentencias como “eso está bien o eso está mal”, y que condicionará nuestro comportamiento respecto a esa persona.

El «no-juicio» destruye equipos

Es en este tipo de situaciones, dónde surge lo que yo denomino la “falacia del no-juicio”.

¿Debemos no juzgar hechos poco éticos en virtud de que no conocemos todos los datos que llevan a una persona a actuar de un modo poco decoroso o infringiendo principios universales de justicia, igualdad, etc…?

O ¿debemos denunciar los hechos y llamar a las cosas por su nombre aunque estemos realizando una valoración subjetiva?

El “no-juicio” es una crueldad intolerable y el camino más directo para destruir equipos y organizaciones cuando:

  • Nos encontramos con grupos de trabajo dónde el desempeño de sus miembros está por debajo de los estándares mínimos exigibles.
  • Sí detectamos que algunos de los componentes no dan la talla ni el perfil necesario para desarrollar un trabajo.
  • Sí miramos para otro lado porque no queremos ver lo que sucede a nuestro alrededor, ni queremos llamar a las cosas por su nombre…

Nos cuesta llamar a las cosas por su nombre

Walter Isaacson en “Lecciones de liderazgo” nos cuenta que Steve Jobs sostenía como una de sus reglas básicas “trabajar solo con los mejores”. Su objetivo era evitar “la proliferación de estúpidos”, que se produce cuando los responsables de una empresa son tan educados que la gente mediocre se siente cómoda sin hacer nada. Patrick Lencioni en “Equipos ideales”, define como “cretinos” (necio, estúpido, según la RAE), a aquellos que no cumplen una serie de valores o atributos para poder ser un jugador de equipo.

“Y este es el problema. La proliferación de cretinos, estúpidos o necios que existen en los equipos y en las organizaciones. Y la falta de coraje para llamar las cosas por su nombre y tomar decisiones valientes que beneficien al equipo, deshaciéndonos de este tipo de personajes tóxicos.”

inteligencia emocional

Desarrollar la inteligencia emocional

Obviamente, esto no significa ser un kamikaze de las relaciones personales, como le sucedía a Steve Jobs, célebre por su impaciencia, su mal genio y su exigencia con los demás. Significa:

  • Tener la suficiente inteligencia emocional para saber cómo decir las cosas, con firmeza y sensibilidad.
  • Vivir unos principios o valores que nos guíen, y cuando se sientan agredidos por las actitudes y comportamientos de los otros, ser capaz de ponerlo de manifiesto con asertividad.
  • Hacer un esfuerzo por comprender las motivaciones y deseos de los otros e identificar cuando alguien es válido para un proyecto y cuando no.
  • Realizar juicios con el mayor número de evidencias o de datos.
  • Ser valiente para poder abordar un conflicto o una conversación delicada.
  • Debatir con alguien que probablemente tendrá otra visión de la realidad diferente a la nuestra.
«El mundo está en una constante conspiración contra el valiente» (Douglas MacArthur)