¿Podemos encontrar la felicidad en nuestros trabajos?

Demasiadas veces me encuentro con personas que tienen un trabajo, más o menos estable, que incluso podríamos decir que son afortunados por la situación y el puesto que ocupan, que ganan dinero… Y cuando les pregunto, “¿cómo te va?”, su respuesta verbal dice una cosa y su cuerpo, su voz, su tonalidad, sus gestos contradicen lo que me están diciendo. No es necesario ser un experto en comunicación no verbal, para darse cuenta que algo no va bien. La conclusión es que sus trabajos les alejan de la felicidad, o al menos, en ellos no consiguen encontrarla.

Los más sinceros me reconocen que no les gusta lo que hacen. Otros responden con el “tú ya sabes como son las empresas”, y comienzan a contarme una retahíla de quejas, críticas, negatividad, enfados… Muchos de ellos se encuentran desmotivados y sin iluisón. Y sin embargo, siguen sumidos en la misma dinámica y soportando día tras día un trabajo que aborrecen.

En estos casos, me cuesta dar consejos o recomendaciones cuando, no hace mucho, yo estaba en una situación similar. No me gustaba lo que hacía, me quejaba de todo, critica hasta a mis compañeros, todo eran malas caras, enfados y transpiraba negatividad por los cuatro costados… Sin embargo, yo tampoco cambiaba nada, y continuaba desmotivado e infeliz en mi trabajo.

La desmotivación nace en uno mismo.

Es cierto que hay cientos de circunstancias que pueden hacernos perder la motivación en nuestros trabajos. Podemos culpar a la empresa, al jefe, a los compañeros, al trabajo en sí mismo, a los clientes…de nuestra desmotivación. Sin embargo, la realidad es que la desmotivación nace en uno mismo.

Hace algunos años, cuando tenía que hacer frente a alguna de las insoportables llamadas a mis jefes europeos para justificar las ventas semanales de los productos que vendía, me preguntaba sí iba a tener que estar haciendo eso toda mi vida. Comenzaba a tener la sensación de estar desperdiciando mi tiempo y mi vida. Intuía que, en el fondo, tenía que haber algo más, y me negaba a aceptar que el futuro fuera tan plano, tan triste y tan desmotivador.

En ese momento, no tenía ni idea de lo que quería, pero comenzaba a tener muy claro que era lo que no quería.

Lo que no quería era un trabajo que no me gustaba,

Era algo interno, muy profundo lo que provocaba en mí la desmotivación. Era una necesidad que necesitaba cubrir, aunque en ese momento no supiera ponerle nombre.»

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Los miedos nos impiden cambiar

En ese momento de desmotivación, también aparecían miedos. Me daba vértigo saltar al vacío, empezar algo nuevo, y me ponía todas las excusas del mundo: “¿dónde voy a ir con mi edad?”, “no tengo formación en otras áreas”, “todo es complicado”, “¿dónde me van a pagar lo que gano?”, “todas las empresas son iguales”…

Dar un salto al vacío, acojona, porque a lo mejor te das una hostia de proporciones bíblicas. Nadie te va a asegurar que no te la des, ni el mentor más experimentado ni el amigo que te anima diciéndote que todo irá bien.

“Tendrás que jugártela y confiar en ti. No hay más. Eso es la valentía.

«No es valiente el que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo.» (Nelson Mandela)

Y eso vale para cualquier cambio que quieras realizar.”

La cuestión no está en sí puedo realizar el cambio o no. Tampoco, está en saber sí voy a encontrar algo que me motive fuera de lo que hago ahora. La pregunta del millón es, “¿sí de verdad quiero ser feliz?”. Esa es la pregunta que acojona, la que no te va a dejar dormir por las noches, o la que cuando te despiertes al día siguiente te dejará un sabor amargo y un poco jodido.

¿De verdad queremos ser felices en nuestros trabajos?

Sí, ya se que alguno cuando lea esto se reirá cínicamente. Y me dirá que eso de la felicidad es algo relativo, que es imposible ser feliz todo el tiempo, y bla, bla, bla… Ya lo se, todos sabemos eso de la dualidad de la vida, de la alternancia de momentos alegres y tristes… El problema está en que nos conformamos con vivir una vida de mínimos, y nos justificamos poniendo paños calientes. En muchas ocasiones consideramos el trabajo como algo complementario a nuestra vida. Sería como nuestro medio de vida que nos permite vivir nuestra vida personal.

Y es cierto que tener una vida personal feliz es lo ideal, lo que todos perseguimos.  Pero ¿tú puedes desdoblarte entre tu vida personal y tu vida profesional? La realidad es que las personas no podemos partirnos en dos y dejar en casa nuestra forma de ser, nuestras emociones y sentimientos, nuestros problemas… Podemos intentarlo, podemos intenar ser robots mientras estamos en nuestros trabajos, pero eso no funciona. Al final, esa frustración acaba saliendo por algún lado.

Es curioso, porque normalmente sucede, que las personas más felices en sus trabajos, suelen ser las que tienen una vida personal más feliz, y viceversa. Qué casualidad, ¿verdad? En la vida no hay casualidades, sólo causalidades.

“Personalmente, creo que es posible ser feliz en el trabajo.

La cuestión clave es sí realmente queremos ser felices con lo que hacemos.

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Al final, tendrás que cambiar

Sí ahora no eres feliz en tu trabajo, sólo hay una cosa segura, tendrás que cambiar: o cambiar de actitud dentro de tu trabajo actual, o cambiar de trabajo.

No te engañes, no hay más salidas. No hará falta que te lo diga nadie, tú mismo te darás cuenta.

Cambiar de actitud dentro del trabajo, no es fácil. En muchos casos, pensamos que la responsabilidad está en otro, y que tú no puedes hacer nada. Cambiar de trabajo, tampoco es sencillo, y, a veces, habrá circunstancias que nos impidan tomar una decisión tan drástica.

Sin embargo, no podemos pensar que no podemos hacer nada. Las personas siempre tenemos la opción de elegir el tipo de respuesta que damos ante una situación determinada. Es nuestra última libertad, la que nadie nos puede quitar, como decía Viktor Frankl.

“No pongas el foco en el otro.

Pregúntate qué puedes hacer para cambiar, o mejor aún, pregúntate sí quieres cambiar.

Ahí no te podrás engañar, y te darás cuenta que la decisión de no cambiar es tuya. ”

La última etapa: pagar el precio del cambio

Es obvio que todo pasa por una premisa inicial: tener la voluntad de cambiar, de ser feliz. Sin embargo, no es suficiente el manido “sí quieres, puedes”. En mi opinión, ese tipo de eslóganes son muy peligrosos y juegan con la ilusión de personas desmotivadas que necesitan aferrarse a un clavo ardiendo.

Detrás de ese “quieres”, hay un precio que hay que pagar. Y eso es precisamente lo que siempre olvidan explicar esos mensajes populistas de los vendemotos o de aquellos que viven en la ilusión del «buenismo y del todo es posible».

Ese precio es el esfuerzo, la perseverancia, la constancia, el sacrificio, la confianza, la fe… y el trabajo, mucho trabajo para poder afrontar el cambio.

Al final, todo se reduce a una pregunta muy sencilla para desvelar sí podemos/queremos ser felices en nuestro trabajo y en la vida en general:

¿con qué estás comprometido: con ser feliz o con parecer ser feliz?

Y sí lo estás, entonces tendrás que pagar el precio que requiera tu felicidad.”

«Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible» (San Francisco de Asís)

«Los Secretos – Siempre hay un precio»