¿Hay equipos ideales?

La dura realidad de los equipos

Queremos formar parte de un equipo, pero preferimos trabajar individualmente. Buscamos comunicar eficazmente, pero rara vez escuchamos con la intención de comprender. Necesitamos resolver algunas situaciones conflictivas, pero nos da miedo abordar determinadas conversaciones. Anhelamos parecernos a determinadas personas, equipos o empresas que logran retos extraordinarios, pero no hacemos nada para llegar a ser cómo ellos.

La realidad es que, tanto a nivel individual como colectivo, somos seres paradójicos, contradictorios, incoherentes… Es cierto, que podemos acudir a diferentes manuales para conocer los modelos que nos permitan construir equipos, desarrollar el liderazgo, o incluso gestionar las emociones. Sin embargo, esos modelos chocan frontalmente con la realidad que vive cada persona y los equipos en el día a día.

Los modelos sirven como referente

Un modelo sirve para acercarnos a una realidad ideal. Sin embargo, no podemos obsesionarnos con ellos, ni pensar en su consecución para llegar a la perfección. No son una panacea, ni el santo grial de la felicidad. En primer lugar, porque no hay recetas mágicas que sirvan para cualquier tipo de circunstancia. Cada equipo vive en un contexto determinado, y bajo unas circunstancias, y habrá aspectos que le encajen más que otros.

Por ejemplo, aunque pensemos que es positivo trabajar la comunicación, la empatía y la confianza, para desarrollar la conexión de un equipo, es posible que algunos equipos ni sepan, ni puedan, ni quieran hacerlo. Y, sin embargo, pueden estar conectados y lograr sus objetivos.

Aceptar las contradicciones

Cualquier grupo de personas puede darse cuenta de las limitaciones o de los problemas a los que se enfrenta. Es más, es probable que incluso sepan qué acciones debería tomar para solucionarlos. Aunque en la mayoría de las ocasiones prefieran no hacer el esfuerzo debido al trabajo y las consecuencias que ocasionaría realizar esas acciones.

La cuestión es darnos cuenta que querer una cosa exige una serie de esfuerzos necesarios para lograrlos, y eso implica quizá tomar decisiones difíciles y aceptar determinadas obligaciones. No podemos querer ser un equipo sin cumplir los requisitos necesarios para lograrlo. Es imposible querer ser un buen líder si no estamos dispuestos a aprender determinadas capacidades.

Un equipo que comprende sus contradicciones internas, por ejemplo, lo que quiere conseguir y lo que no hace para lograrlo, necesita aprender a vivir con ellas. Aceptar su imperfección y decidir qué quiere hacer para ganar en coherencia.

La coherencia nos da tranquilidad

Se dice que una persona es coherente cuando lo que piensa, lo que dice y lo que hace confluye dentro del mismo ámbito. La incoherencia también está presente cuando nos referimos a los equipos. Decimos que tenemos confianza en el grupo, pero dudamos de muchos de nuestros compañeros a la hora de realizar un trabajo. Sostenemos que somos empáticos, pero nos cuesta estar callados más de cinco minutos. Nos enorgullecemos de algunos valores que representan a nuestras empresas, pero no los cumplimos ni profesamos en la oficina ni con nuestros clientes.

La incoherencia resta credibilidad y confianza a los equipos, y nos hace vivir intranquilos. Es como si algo no encajara. La cuestión no es tanto resolver todas nuestras incoherencias, sino hacernos conscientes de ellas, y decidir qué queremos hacer.

“A muy pocos de nosotros se nos concede la gracia de conocernos a nosotros mismos y, hasta que lo hacemos, tal vez lo mejor que podamos hacer sea ser coherentes” (André Agassi)