Los siete pecados capitales de un equipo
Todos somos pecadores
Hace unos días leía una entrevista que le hacían al periodista Jon Sistiaga, en referencia a su nuevo programa de televisión, “Tabú”. La temática del mismo se centra en analizar cada uno de los siete pecados capitales. Y la conclusión a la que llegaba era que en el fondo todos somos pecadores, por haber sentido en nuestras carnes, alguno de ellos. Un equipo tampoco es inmune a tales pecados.
Podemos encontrar cierto paralelismo, e identificar determinados aspectos que hacen que un equipo también caiga en los mismos pecados. Cada uno de esos pecados, tiene que ver con al menos una emoción y un sinfín de hechos o circunstancias que las activan.
La ira
En los equipos, la ira se activa cuando se dejan de respetar las reglas o se transgreden determinados valores. En ese momento, sentimos que alguien ha traspasado nuestros límites y estallamos. La ira se manifiesta en enfados con nuestros jefes o compañeros.
La cuestión es qué hacemos cuando se manifiesta la ira. Podemos guardarla, controlando nuestros impulsos, y resignándonos a situaciones que nos alejan del bienestar. Podemos manifestarla y expresar con asertividad qué se respeten nuestros valores. O finalmente podemos decidir irnos a equipos o empresas que estén más alineados con nuestros valores.
La avaricia
En un mundo marcado por la orientación a resultados y la consecución de objetivos, el pecado consiste en caer en la ambición desmesurada por conseguir más y más. Se manifiesta en el “por la pasta, vale todo” o no encontrar otra motivación aparte del dinero.
Los equipos deben tener una clara y marcada orientación a resultados, en caso contrario caerían en caerán en una de las mayores disfuncionalidades que existen, como nos recuerda Patrick Lencioni en su libro “Las 5 disfunciones de un equipo”. Sin embargo, es necesario modular nuestra ambición y encontrar un sentido a nuestra actividad, más allá de la consecución del dinero.
La pereza
Se manifiesta en la falta de ganas y motivación. La pereza en su sentido extremo nos lleva a la depresión. Y cada vez hay más personas deprimidas, desmotivadas y sin ningún tipo de reto laboral, más allá que acabar su jornada de trabajo a la hora señalada.
En los equipos, la desmotivación es un problema. Los datos son alarmantes, más de tres cuartas partes de los trabajares se sienten desmotivados en sus puestos. Tratar la desmotivación pasa por un ejercicio de reflexión y autoconocimiento para descubrir que mueve a cada miembro del grupo. Y la única forma de hacerlo es a través de una comunicación diferente. Establecer conversaciones de calidad y profundas y ser sincero con uno mismo, para descubrir proyectos ilusionantes y tareas con sentido.
La soberbia
Tiene que ver con la prepotencia, el ego desmedido y la falta de autocrítica. En los equipos aparecen figuras que encarnan este papel. Basta con ver algunos ejemplos de deportistas famosos. Sin embargo, no es necesario irnos tan lejos. En nuestro entorno, podemos observar equipos repletos de ego, de prepotentes, de soberbia…
El antídoto contra la soberbia es la humildad, la valentía para decir no sé, y ser capaz de mostrar nuestras debilidades. La humildad y la vulnerabilidad están en la base de cualquier equipo, y es la forma más efectiva de construir la confianza.
La envidia
Este es otro de los grandes males de los equipos. Tiene su origen en la comparación con el otro, en la competencia malsana. En el querer ser más y mejor que el otro. La envidia corroe a los equipos, porque cada uno comienza a mirar por su interés, y no por el bien común.
La solución pasa por buscar la excelencia, a través de la comparación con uno mismo. En qué he mejorado con respecto a cómo estaba algún tiempo atrás. Y cómo he ayudado al equipo a avanzar. Tener claro, que el objetivo es único y compartido.
La lujuria y la gula
Para acabar, podríamos pensar que estos pecados asociados al sexo y la comida, no tienen cabida en los equipos. Sin embargo, ambos están presentes, y obviamente, enturbian la vida del equipo sobremanera. Son distracciones que generan ansiedad.
Frente a ellos, desarrollar cualidades como la templanza, la serenidad o la quietud, es de vital importancia. ¿Cómo? Centrándonos en la tarea y en el objetivo. Consiste en hacer aquello que realmente sabemos y podemos hacer dentro de nuestro puesto para alcanzar el objetivo propuesto.
“Los pecados escriben la historia, el bien es silencioso.” (Goethe)