Los equipos resuelven estados de ánimo negativos

Todos los equipos tienen su historia

Bizancio, Constantinopla y Estambul son los tres nombres que ha recibido la ciudad del Bósforo, el estrecho que divide en dos partes la ciudad que une el mar de Mármara con el mar Negro, y que separa físicamente Asia de Europa. Cada nombre representa un pedazo de historia de la ciudad, y no podríamos entender lo que significa hoy sin tener en cuenta, qué representó cada nombre anteriormente. En los equipos sucede algo parecido.

Todos los equipos tienen su historia, formada por diferentes acontecimientos que dieron lugar a su formación actual. Para comprender muchos de los retos actuales, tenemos que conocer qué sucedió en el pasado. Qué eventos activaron determinadas emociones y definieron las interrelaciones actuales entre los miembros de un equipo.

Reivindicaciones no satisfechas

Los problemas de comunicación que suelen encontrarse en un equipo son fruto de hechos que provocaron algún tipo de emoción que se quedó enquistada. Una mala contestación, un tratamiento poco justo frente a un compañero por parte del jefe, un ascenso no conseguido… Cualquiera de estos hechos activan emociones como la ira, la tristeza o el miedo.

Cuando estas emociones o los sentimientos asociados no se resuelven, aparecen estados de ánimo que pueden ser considerados como negativos. Los dos más comunes dentro de los equipos son el resentimiento y la resignación.

El resentimiento y la resignación destruyen a los equipos

El primero nace de un hecho considerado injusto, anclado en el pasado y que todavía no se ha digerido. Es la máxima expresión de la rabia, y provoca que entre los miembros de un equipo se respire odio y rencor. Siempre busca culpables y venganza, y elude la responsabilidad al considerarse víctima de una acción injusta.

El segundo no genera violencia ni resistencia, sino sumisión y renuncia. Nace de la tristeza y de la pena, y se considera que no es posible cambiar nada ni modificar el curso de los acontecimientos. Los equipos se resignan a lo que les ha deparado el destino. Provoca la merma de la autoestima y la sensación generalizada de derrota.

Del resentimiento a la aceptación

Necesitamos entender que lo que ocurrió ya no lo podemos modificar. Sólo podemos cambiar cómo nos afecta y cómo lo interpretamos. En primer lugar, podemos comenzar reconociendo que estamos resentidos y eso nos hace sufrir. En segundo lugar, manteniendo una conversación que quedó pendiente sobre el asunto que provocó aquella emoción.

Es probable que necesitemos hablar sobre lo que sucedió: qué nos agredió, basándonos en hechos y en evidencias, que expectativas teníamos y no se cumplieron. Esa conversación puede ser con la persona que causó el hecho o con nosotros mismos.

Y finalmente, necesitamos cerrar ese episodio. Dar por cerrada esa etapa. Puede ser realizando una petición o un reclamo a la otra persona. Aunque a veces, esto no es posible y sólo podemos hacer una declaración que sirva para soltar ese lastre. Por ejemplo, “no quiero pensar ni sufrir más con esto”.

De la resignación a la ambición

Los equipos resignados se caracterizan por la apatía y por un sentimiento de tristeza generalizado. El primer paso es hacer ver al equipo su responsabilidad ante la situación que viven. Su decisión pasa por elegir entre el victimismo y la responsabilidad para cambiar las cosas.

El segundo paso sería la fijación de pequeños y atractivos objetivos, que impliquen la asunción de ciertos riesgos y salir de la zona en la que están instalados.

“No somos responsables de nuestras emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas.” (Jorge Bucay)