La cultura de la culpa.
“La culpa es de…”
En mi anterior etapa profesional, había una expresión que se hizo recurrente cuando abordábamos un proyecto en el que participaban diferentes departamentos. Indistintamente del grupo al que perteneciéramos, la expresión comenzaba así: “la culpa es de…” Y luego venía el destinatario de tal privilegio: el departamento de servicios, los comerciales, los colaboradores externos, incluso hasta los clientes. Nunca escuché a nadie hacerse cargo o responsable de lo que sucedía o del fracaso de un proyecto.
Curiosamente, pasados los años cuando ya estaba fuera de esa empresa, y hablaba con excompañeros, la expresión seguía vigente. De hecho, comenzaban por un: “tú ya sabes cómo son los de XYZ”. Después de tanto tiempo me sorprendía que nada o casi nada hubiera cambiado. ¿Por qué? Este ejemplo, sirve para ilustrar un comportamiento que no es exclusivo de una empresa en particular, sino que más bien es la tendencia general en el mundo de la empresa: la cultura de la culpa.
Echar la culpa siempre a otros.
Vivimos en una sociedad un tanto infantilizada, donde preferimos echar la culpa de nuestros males a otros. Y rara vez asumimos nuestra responsabilidad y reconocemos nuestros errores. En el mundo de la empresa es algo habitual. Lo habitual es echar la culpa a otros, con tal de evitar que nuestro nombre/ego se vea manchado. Por eso, buscamos culpar a unas cuantas “manzanas podridas” de los errores que cometemos. Sin embargo, este tipo de comportamiento no es correcto, aunque sea compartido por la inmensa mayoría.
Sin embargo, hay una razón implícita que justifica este tipo de actitud. El pensamiento según el cual los castigos mejoran la disciplina. Cuando se señala a alguien, pensamos que, de esta forma, se pondrá las pilas y estará más atento la próxima vez. El castigo como factor motivador, un clásico. Ahora bien, no debe ser muy motivador, cuando se sigue señalando a los mismos (siempre los culpables son los otros) y parece que nada ha cambiado, como exponía en el ejemplo. La razón radica en que no se analizan los errores y se prefiere culpar a otros porque es lo sencillo. De hecho, nuestro cerebro se aferra a la explicación más simple e intuitiva, debido al «sesgo de correspondencia».
Culpar menos, analizar más.
En mundo complejo, echar la culpa a otros, más que motivar, invita a la desmotivación. Sí siempre culpamos a otro de lo que sucede, algo estamos ocultando. Si culpo a una persona de un error, esta persona sentirá que no se escucha su punto de vista. De hecho, cuando se produce este tipo de situación entre departamentos, culpándose unos a otros, la comunicación quedará interrumpida. Y el conflicto continuará latente enterrando los errores que se hayan podido producir.
Cuando no se analizan los errores, estableciendo un debate sincero y profundo sobre las causas, se deja de aprender. Y, lo que es peor, se perpetua el error y el fracaso porque desaparece la sinceridad necesaria para resolver estas situaciones. Y cuando la sinceridad se esfuma, la confianza desaparece, pilar básico a la hora de hacer equipo.
Instaurar la cultura de la justicia.
Esto no significa que no esté justificado culpar a alguien. Sí después del análisis se descubre que alguien ha actuado con negligencia, no solo es adecuado sancionarlo, sino que es imprescindible. Lo primero es analizar qué ha ocurrido, qué errores se han cometido y cuáles han sido las causas del fracaso. Y para ello es necesario crear un clima de confianza para que las personas puedan hablar con franqueza de sus errores. Sólo en ese contexto basado en la sinceridad, la confianza y la transparencia podemos reconocer nuestros errores y asumir que cuando lo hacemos mal, necesitamos recibir un toque de atención. De esta forma, estaremos creando una cultura basada en la justicia.
Sin sinceridad, ni capacidad autocrítica, difícilmente podremos evolucionar. Realmente, estaremos estancados y repitiendo los mismos errores. Por eso, ante situaciones complejas, por ejemplo, proyectos con participación de varios departamentos con diferentes objetivos, se necesita comprender en profundidad el punto de vista del otro y analizar qué ha sucedido. Evitar culpar al otro de manera preventiva, para que la información siga fluyendo. Sí culpamos al otro, dejará de ser sincero y la información quedará bloqueada.
“La auténtica ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino negarse a adquirirlo.”
(Karl Popper)
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