Las claves para ganar confianza en uno mismo (Parte 1)

¿Cómo gestionamos la incertidumbre?

Sí estás pensando en cambiar de trabajo o estás pasando por una crisis sentimental o te acaban de diagnosticar una enfermedad grave, sentirás una mezcla de sentimientos que van desde la inquietud, la angustia o la intranquilidad por los cambios que se avecinan. Seguramente sentirás miedo y estarás lleno de dudas ante un escenario nuevo, y quizá adverso y desalentador. La pregunta es qué necesitamos para abordar todas esas situaciones generadoras de incertidumbre. La respuesta la encontramos en la confianza en uno mismo. Algo sencillo de decir, pero complejo de adquirir.

 

Puede que pienses que en este post vas a encontrar las técnicas para ganarla, o que tendrás acceso a una serie de afirmaciones que te harán adquirirla rápidamente. Pues siento decepcionarte. Ni existe un manual de instrucciones ni por mucho que escribas y repitas determinados mantras vas a conseguir confiar en ti mismo de la noche a la mañana. Lo único que podemos hacer es ir descubriendo algunas pistas, y desde ahí comenzar a trabajar cada uno de los aspectos que de manera directa o indirecta están relacionados con la confianza en uno mismo. Porque como tantas otras cosas importantes, esto también se entrena.

 

La fórmula de la confianza

Una de las primeras lecciones que me enseñaron cuando comencé con el coaching, es que la confianza es una mesa que se sostiene sobre tres patas. La primera es la competencia o la capacidad (tus aptitudes). La segundo es la credibilidad o el histórico de acciones realizadas. Y la tercera es la coherencia sustentada en la sinceridad entre lo que dices, haces, piensas y sientes.  Aún siendo acertada esta metáfora, resulta incompleta para explicar por qué una persona afronta los cambios con seguridad y otra se ve paralizada, pese a ser competente o apta, haber demostrado su valía en otras ocasiones o siendo coherente con sus pensamientos y acciones. La realidad es mucho más compleja como para limitarla a una fórmula.

 

En primer lugar, porque la confianza en uno mismo nace en el mismo momento en el que venimos al mundo. Al ser seres incompleto, necesitamos la ayuda del otro, en un primer momento nuestros padres. Sí hemos crecido en un entorno seguro, donde nos han educado dándonos confianza para hacer, dándonos pista libre para arriesgar, concediéndonos la oportunidad de equivocarnos, habremos ido adquiriendo eso que denominamos “seguridad interior”. Y qué significa la seguridad interior, es nuestra capacidad de tirar para adelante a pesar de las dudas. Por lo tanto, el entorno (la familia, la educación, la cultura, la ayuda recibida) pone el primer ladrillo.

 

La práctica de la confianza

Como explicaba con la metáfora de la mesa, la confianza tiene su base en la dimensión competencial (competencia, aptitud o capacidad), la cual es a su vez resultado de un entrenamiento intensivo. Cualquier profesional desarrolla su confianza en base a número de horas invertidas en su profesión… Y para invertir muchas horas, es obvio que debería gustarnos aquello que hacemos. Quizá aquí pueda estar una de las explicaciones de nuestra falta de confianza en nosotros mismos: a un porcentaje muy alto de personas no le gusta lo que hace, incluso ni siquiera puede explicar lo que hace, o encontrar su talento o su singularidad.

 

Sin embargo, no vale sólo con entrenar esa habilidad o capacidad para ganar confianza en uno mismo. Además, es necesario vivir la experiencia, pasar a la acción. Es decir, necesitamos ir recorriendo el camino de la vida para ir dándonos cuenta de las dificultades, de cómo las abordamos, de lo que realmente deseamos, de nuestras motivaciones, de cómo gestionamos nuestras emociones…En suma, necesitamos conocernos a nosotros mismos. Para eso es necesario saber escucharse y pasar tiempo a solas con uno mismo. Y eso es algo, que curiosamente, también nos asusta: preferimos vivir en lo superfluo y en la prisa, sin indagar en nuestras cosas ni hacernos preguntas incómodas.

 

Siempre tendremos dudas

Quizá, el momento más angustioso que vivimos es cuando tenemos que tomar una decisión entre dos opciones igualadas, que presentan puntos a favor y en contra. Son momentos en los que no puedo apoyarme en criterios racionales, ni realizar análisis lógicos porque hay un empate técnico. Es el momento en el que toca decidir, sin saber si voy a acertar o a equivocarme. Aunque nos embargue la duda, necesitamos decidir, pasar a la acción. Entrenar la toma de decisiones, nos hará ganar confianza en nosotros mismos, aunque a veces nos equivoquemos. De hecho, nos equivocaremos muchas más veces de las que acertaremos, pero el simple hecho de decidir, de no quedarnos parados, nos hará aumentar la confianza en nosotros mismos.

 

Decidir en la duda, nos hace aceptar la incertidumbre. De hecho, no podemos esperar a resolver todas las dudas para pasar a la acción, porque nos sucedería como el poema de Mario Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Es el momento de dar el salto, sin saber qué va a pasar. Es el momento en el que Indiana Jones daba un paso adelante en el vacío, confiando en que apareciera el puente. Y para eso, hay que tener fe. Algo de lo que hablaremos en la segunda parte de este post.

“En toda actividad el sabio atiende a la intención, no al resultado.”

(Séneca)

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