EL MEJOR APRENDIZAJE PARA UN EQUIPO: HACERLO

Las fases de un reto

Hace unos meses, mi compañero Jacobo Parages y yo, comenzamos a pensar una forma de colaborar. En estas líneas se sintetiza el aprendizaje de una experiencia que nos ha permitido trabajar en equipo. Comenzamos  conversando sobre diferentes temas y surgió la idea de realizar un taller para jóvenes y adolescentes. Las razones eran obvias. Cuando conversamos con amigos que tenían hijos en esas edades, o escuchábamos el testimonio de padres anónimos, mayoritariamente existía una preocupación por el futuro de sus hijos.

 

Nuestra pregunta era, ¿cómo podíamos ayudar a esos jóvenes y adolescentes? Y, también, a los padres, interesados en poder conocer más a sus hijos, entenderles y reducir sus niveles de ansiedad por un futuro incierto. Y comenzó el reto. Un trabajo en equipo de dos personas, acostumbradas a trabajar la mayor parte de su tiempo de forma individual.

 

Escuchar al otro

Cuando se trabaja en equipo, existen tres aspectos vitales que determinarán el éxito o fracaso de un proyecto: comunicación, planificación y ejecución. Todos son importantes, pero sí la comunicación no es fluida, transparente y sincera, el proyecto fracasará de manera irremediable. Para que la comunicación fluya, debe haber algo que no solemos practicar: la escucha empática. Escuchar con la intención de comprender, como decía S. Covey en “Los Hábitos de la Gente Altamente Efectiva”.

 

Para desarrollar esta cualidad debe haber empatía y confianza. Empatía para ver el mundo con los ojos del otro, o la capacidad de meternos en los zapatos del otro, habiéndonos quitado nuestros zapatos. Es decir, ir desprovistos de nuestros juicios e ideas preconcebidas. Y confianza, para olvidarte de tu idea y aceptar las ideas del otro, adaptándote a otra forma de ver las cosas. Lo que significa, domar tu ego, dejarlo adormecido, porque el ego nunca se calla del todo. Cuando trabajas en equipo, la confianza se desarrolla cuando eres capaz de dejar tu ego fuera, y darle la bola al otro para que se juegue el triple ganador, aunque lo falle.

 

Objetivo común y propósito compartido

Sí no hay un objetivo común, no hay equipo. Los miembros de un equipo deben tener un objetivo compartido. Es más, detrás de ese objetivo debe haber un propósito, un para qué o una razón de ser que de sentido a lo que se hace. En nuestro caso, el objetivo era realizar un taller para jóvenes y adolescentes. Pero el propósito no era obtener un beneficio, ese era, es y será siempre la consecuencia.

 

El propósito surgía de un interés genuino por ayudar o acompañar a jóvenes y adolescentes. Poner a su disposición nuestra experiencia y diferentes herramientas para que se puedan conocer más y mejor e identificar qué quieren hacer en sus vidas. Además, de trabajar otros aspectos como la gestión emocional, la comunicación o la gestión del cambio.

 

Aprendizaje clave: A quién escuchar y a quién no

Alguien dijo, que cuántas menos reglas tenga un equipo, más cerca estará de dar su máximo rendimiento. Quizá, porque tenemos formas de trabajar similares o porque compartimos determinados valores o formas de ver las cosas, apenas necesitamos hablar de reglas o normas. Aunque seguramente, estaban implícitas desde que comenzó el proyecto.

Monje, Cifras, Figuritas, No Escuchar, No Ver

Quizá, uno de los mayores aprendizajes, que se podría instaurar como una norma sería esta: limita las opiniones de otros. Uno de los errores es el exceso de información o de opiniones externas. La razón es que cada uno te da la opinión según como ve la realidad, y eso puede llevarte a la parálisis. En este sentido, hay que aprender a desechar opiniones e ideas de personas (que con la mejor intención) te dan su forma de hacer las cosas. Por ejemplo: “no vais a poder hacer un curso de 4 horas seguidas”, “dos fines de semana es mucho tiempo”, “los sábados los jóvenes no van a ir”. Estas fueron algunas de las opiniones que escuchamos, que la realidad se encargó de echar por tierra.

 

Tu saboteador interno es tu mayor enemigo.

Jacobo cuenta una anécdota cuando relata su primer reto (cruzar el Estrecho de Gibraltar a nado). Su principal enemigo fue su mente y el pensamiento de que se fuera a encontrar un tiburón blanco en su travesía. En mi caso, tuve que hacer frente a mi saboteador interno y exigente que me decía: “no estás preparado para dar este taller”, “¿qué pintas tú con un grupo de jóvenes/adolescentes?”, “¿qué les vas a enseñar?”

 

Hasta que mi pareja no me dijo estás palabras, no me tranquilicé: “Está bien, no estás preparado para ser perfecto. No tienes la formación que tienen otros que ya lo han hecho. Pero hazlo y enseña lo que tienes, porque tú tienes algo valioso que mostrarles.” Por eso, es importante, diría vital, saber a quién escuchar y a quién no. Un aprendizaje que a menudo olvidamos cegados por nuestras dudas o perfeccionismo.

 

Conclusiones: En la acción está el aprendizaje

En primer lugar, sí hay algo que hemos aprendido de esta experiencia es que la mejor forma de aprender es hacer. En la acción está el aprendizaje, siempre y cuando seas capaz de tomar conciencia de lo que pasa. Y, en segundo lugar, algo que aprendí en mi formación de coaching: las personas aparecen en nuestra vida para mostrarnos algo que necesitamos aprender o trabajarnos.

 

Por otro lado, nos dimos cuenta de tres grandes necesidades de los jóvenes y adolescentes:

Puesta En Marcha, Gente, Silicon Valley

  1. Necesitan participar, ser protagonistas y sentirse escuchados. Y, desde ahí, crear un contexto para que piensen y reflexionen.
  2. Requieren una mayor educación emocional para identificar, nombrar y expresar sus emociones y sentimientos.
  3. Precisan reforzar su confianza en ellos mismos, identificando sus fortalezas para poder desarrollar sus talentos o sus aportaciones de valor significativas y auténticas.

 

“Es nuestra actitud al comienzo de algo difícil, más que cualquier otra cosa, lo que afectará a un resultado exitoso.”

(William James)

 

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